CMS Odoo - Una gran imagen

222 razones más

 

La sorpresiva liberación y destierro de la mayoría de los presos políticos nicaragüenses, acontecida el pasado jueves 9 de febrero, se presta a múltiples interpretaciones y a variadas especulaciones. No es lo mismo interpretar que especular, y eso deberían tomarlo en cuenta quienes por estas horas se afanan en explicarlo todo sin tener más que un manojo de datos. 

Para quienes bregamos por sacar a los prisioneros de las cárceles de Ortega, la libertad de ellos fue una gran alegría. Cierto es que esa alegría quedó empañada por absurdas medidas punitivas: desterrarlos y pretender convertirlos en apátridas mediante procedimientos carentes de toda legitimidad. Esas medidas, a los ojos de la opinión pública (nacional e internacional) resultan manotones ridículos y bananeros.

Hay tres elementos que me gustaría destacar del episodio. El primero es la opacidad de los procedimientos del gobierno orteguista. 

Varios de los liberados confesaron que en ningún momento supieron lo que iba a suceder. Solo cuando estaban por subir al avión fueron informados de su expulsión del país. Hubo prisa de las autoridades, desprolijidad y hasta actuaciones contradictorias, a tal punto que el propio Daniel Ortega declaró a la prensa que fue su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo, quien llevó adelante toda la operativa para la liberación y el traslado de los prisioneros hacia el aeropuerto de Managua, donde ya estaba listo el avión enviado por el gobierno de EEUU para llevarlos a aquel país. Es decir que el gobierno de Nicaragua acordó con el de EEUU por lo menos el traslado y la acogida de los prisioneros en suelo estadounidense. Lo que no queda claro es si ese acuerdo lo implemento Murillo con el conocimiento y la anuencia de Ortega.

El segundo elemento, de gran relevancia, tiene que ver con la torpeza política del gobierno de Nicaragua en este caso.

Además de marrullera, secretista y represiva, la dictadura de Ortega y Murillo se muestra cada vez más torpe en la arena política. Al liberar en un único paquete a los 222 prisioneros, ponerlos a todos juntos en un mismo avión y emparejar todas las sanciones sin distingos, lo que hizo Ortega (o Murillo, o ambos) fue generar un bombazo informativo mundial, y crear un nuevo frente de lucha: el de los 222 liberados. 

Se trata de un grupo muy heterogéneo, compuesto por jóvenes estudiantes, veteranos combatientes sandinistas, opositores históricos del FSLN, periodistas, economistas, historiadores, campesinos y obreros. Todos ellos ahora están unidos por la desgracia de los tormentos sufridos y el exilio obligado. Y, como se sabe, la desgracia compartida suele ser un formidable factor de hermandad y energía. 

Hasta hace unos días, una enorme distancia política e ideológica separaba, por ejemplo, a Cristiana Chamorro (ex candidata presidencial, hija de un mártir antisomocista y de una presidenta de la República) de Dora María Téllez (ex comandante sandinista, ex ministra y fundadora de un partido político). Ahora esa distancia se ha acortado extraordinariamente. Esto no significa que esa cercanía perdure, o que se convierta en otra cosa, pero ahora resultan factibles muchas cosas que hasta hace unos días eran difíciles de imaginar.

El tercer elemento sobre el que deseo reflexionar está relacionado con nosotros, con el afuera, con las izquierdas y las derechas.

Resulta cuestionable desde el punto de vista ético que se pretenda instrumentar el episodio de acuerdo a la filiación política de cada quien. En casi todo el mundo (América Latina, EEUU, México, Europa Occidental), tanto los gobiernos como los partidos políticos se han expresado en numerosas ocasiones respecto a Nicaragua, a Daniel Ortega y su gobierno. Unos lo hicieron a favor, otros en contra. Unos lo apoyaron, otros lo repudiaron.

La impensada liberación de los prisioneros, sus testimonios sobre las torturas y los abusos sufridos, el destierro y la apatridia impuestos, son la piedra de toque que deberá emplear cada quien para medir su postura respecto al gobierno de Nicaragua. La pasada y la futura. Difícil salir del brete, pero más difícil aún será mirar para otro lado y no decir nada. Ahora hay 222 razones más para creer que otra Nicaragua es posible. 

Un último apunte. Hay quienes creen que el episodio de la liberación de los presos políticos nicaragüenses fue una especie de maniobra del gobierno de Ortega. Más allá de que lo haya intentado, lo cierto es que el orteguismo se quedó con las manos vacías. Tan cierto como que hubo muchas personas de gran prestigio y autoridad moral que, de forma discreta y silenciosa, gestionaron la libertad de los presos políticos nicaragüenses. Ellos y ellas no lo han hecho público por diversas razones, todas respetables. Su esfuerzo se unió al de otros muchos, en muchos lugares, para que eso ocurriera. La solidaridad dio su fruto. Ortega está más solo que nunca.


Publicado en La Onda digital, febrero de 2023.