Galeano

Desde hoy el Uruguay es menos. Un poco menos de lo que era, de lo que fue. Se murió Galeano, me dijo Lucy de mañanita, cuando yo tomaba mate y miraba por la ventana cómo se iba desperezando 18 de Julio. Y así nomás, con esa frase, una época de mi vida, de mi país y de toda América Latina se cerraba para siempre.

Una vez, hace como veinte años, escribí en Brecha un artículo en el que afirmaba que Eduardo Galeano era uno de los grandes escritores de la literatura en nuestra lengua. Fue a propósito de una polémica, y lo pude afirmar sin rubor (ni para él ni para mí) porque nunca fuimos amigos, pese a que coincidimos en numerosas ocasiones aquí y allá. Creo que nos queríamos, pero de lejos.

Eso que dije hace 20 años lo reitero hoy. Más allá de la descarga torrencial que fue Las venas abiertas de América Latina, Galeano supo construir con infinita paciencia una vastísimo mural con miles de historias extraordinarias vividas por personas comunes y corrientes. Supo ver la madera en el palito, como dijo Gelman. Supo trabajar la palabra y sostenerla. La llevó por el mundo, infatigable, empecinado, alborotador. O tal vez la palabra lo llevó a él, lo hizo volar, lo aterrizó, lo parió de nuevo.

Acertó y erró. Soñó y tuvo sus pesadillas, y todo eso lo compartió con sus lectores, que han sido millones en muchos idiomas. Fue odiado y amado como pocos escritores. Y él amasaba su obra con esos amores y también con aquellos odios, los que imagino le llegarían de lejos, como una llovizna en una tarde de invierno. Supo cobijar muchas esperanzas ajenas, supo darle forma a muchas utopías. Vivió para contarlo y eso es bueno.

Ahora la palabra se queda junto con sus historias, pero él se va. Yo soy menos ahora, todos somos un poquito menos. Aunque quizá sea al revés, y la pérdida nos haga un poco más, algo mejores.


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Publicado En Perspectiva el 13 de abril de 2015.